Los jubileos y aniversarios suelen ser el momento propicio para agradecer y revisar el camino avanzado y, al mismo tiempo, proyectarnos hacia el futuro. En el caso de la Compañía de Jesús, una orden religiosa centenaria de la Iglesia Católica, este examen puede remontarse mucho tiempo, concretamente cinco siglos. Pero ¿para qué hacer tal examen? Pues para, regresando a nuestra fuente, renovar nuestro espíritu, reforzar nuestra identidad y así proyectarnos con esperanza al futuro, actualizando nuestra misión.
Para mostrar este proceso, avanzaremos en cuatro momentos: primero, recordar la historia y aquella herida que cambió una vida; en segundo lugar, considerar los efectos de ese golpe y convalecencia, proceso que permitió pasar de la herida a la conversión; en tercer lugar, luego de recordar la historia y agradecerla, asumir el desafío que nos deja, vivir los procesos de conversión personal e institucional, que son tan necesarios; y finalmente, pasamos al último punto que es la concreción de ese proceso, la misión que es fruto de la conversión.
La herida que cambió una vida
“Hasta los 26 años fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en el ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra”. Así empieza la narración de la autobiografía de San Ignacio de Loyola.
¿Qué evento pudo cambiar tanto la vida de una persona? El 20 de mayo de 1521, Íñigo de Loyola, nombre con el que era hasta entonces conocido el futuro Ignacio de Loyola, participó de la batalla para defender Pamplona del asedio francés. Mostrando el valor y coraje propios suyo, de su familia y de los caballeros de entonces, a pesar de estar en clara inferioridad numérica, Íñigo animó y convenció a sus compañeros de continuar con la defensa, a pesar de encontrarse en inferioridad numérica. Tal campaña terminó, como era de esperarse, con la derrota del bando español y una grave herida, causada por una bombarda de cañón, en la pierna izquierda del futuro santo.
Esta bala no sólo hirió gravemente la pierna de Ignacio. Esta bala implicó una profunda herida en su vida. No sólo tuvo que recuperarse de una grave lesión en la pierna, tuvo que reconstruir su vida entera. Esta bala no solo destrozó los huesos de su pierna, cayeron también sus proyectos de vida, sus sueños, todo por lo que había trabajado hasta entonces.
Herido en Pamplona, y luego convaleciente en Loyola, Ignacio tuvo que asumir el mayor fracaso de su vida. Sus sueños de grandeza, de participar de la vida cortesana, de cortejar con sus victorias a “la dama de sus pensamientos”, todo esto se hizo añicos. Aquel hombre valeroso, que tenía un gran plan de vida, se encontró desvalido y sin un plan B que lo ayudase a levantarse.
De la herida a la conversión
Popularmente suele decirse que luego de un momento de crisis muy fuerte o se sale más fuerte y renovado o se sucumbe ante tal situación. Considerando este dicho, podemos afirmar que San Ignacio vivió algo parecido. Experimentó una fuerte crisis.