En los últimos años, la neurociencia —el estudio del cerebro— ha revolucionado nuestra comprensión del desarrollo infantil, impulsando avances significativos en la crianza y la educación. Estos descubrimientos, junto con el reconocimiento de los derechos de la infancia, han puesto sobre la mesa la necesidad de repensar nuestras formas de criar y educar. Esta reflexión ha motivado a muchos padres y madres a transformar sus estilos de crianza.
Uno de los principales cambios que estamos viviendo se relaciona con el cuestionamiento al modelo tradicional de crianza, caracterizado por un estilo autoritario, con exceso de límites, órdenes y obediencia ciega. Un modelo que, en gran medida, marcó la forma en la que muchos adultos de hoy fuimos criados.
Como resultado de este cuestionamiento, algunas familias han optado por disminuir el nivel de control, motivadas por el deseo de criar de manera diferente. Sin embargo, muchas veces esta transición se ha dado sin suficiente información, promoviendo una libertad excesiva sin una estructura clara. Así, el péndulo se ha desplazado hacia el otro extremo: una crianza más permisiva, caracterizada por la falta o ausencia de límites, orden y coherencia. Esto ha generado la percepción de que el nuevo paradigma de crianza es demasiado "suave", y que estamos criando niñas, niños y adolescentes sin límites, y muy "blanditos".
Esta polarización provoca que madres y padres que desean cambiar su estilo de crianza se pregunten: ¿Es bueno criar con respeto? o ¿Es mejor mantener la "mano dura"?
Es positivo que estos cuestionamientos surjan, ya que indican que la semilla del cambio está sembrada. No obstante, es importante comprender que ninguno de los dos extremos —ni el autoritarismo ni el permisivismo— es saludable para el acompañamiento de niñas, niños y adolescentes; ambos extremos pueden ser dañinos para su pleno desarrollo.
Podríamos ignorar esta reflexión y continuar criando como se hizo en el siglo pasado, al final no salimos tan mal, ¿o sí? (eso lo veremos en otro momento). Sin embargo, gracias a los avances científicos, hoy sabemos que las niñas y niños necesitan ambientes respetuosos, empáticos y emocionalmente seguros para lograr un desarrollo saludable. No obstante, es importante considerar que la seguridad emocional no solo se construye con amor incondicional, sino también con límites claros y coherentes que les permitan sentirse protegidos.
Ahora bien, como seres humanos, es natural que nos cueste abandonar viejas prácticas: cambiar implica salir de lo conocido, y eso genera inseguridad y miedo. Por lo que, para encontrar ese equilibrio que impulse una verdadera transformación en nuestra manera de criar y educar, es esencial replantear conceptos clave, uno de ellos, el verdadero significado de la palabra disciplina.
Hoy, muchas personas todavía asocian "disciplina" con castigo o correctivos violentos. Recuerdo que, en mi infancia, en la boleta de calificaciones existía (y todavía existe) una casilla para evaluar la "disciplina", entendida como "buen o mal comportamiento".
¿Qué nos plantea este concepto?
La palabra disciplina proviene del latín disciplina, que en el siglo XI hacía referencia a enseñar, aprender y dar instrucciones. Desde sus orígenes, la disciplina estuvo vinculada a la enseñanza, no al castigo, a la humillación ni la amenaza. Su raíz discipulus significa "alumno" o "pupilo": alguien que aprende a través de la guía, no un prisionero y menos un destinatario de sanciones.
Por lo tanto, si recuperamos el verdadero sentido de la disciplina, como herramienta de enseñanza y adquisición de destrezas, podremos construir una forma de acompañar que ni castiga ni abandona, que pone límites claros desde el respeto, y que enseña con amor, llegando así a un nuevo estilo de crianza: el estilo democrático, que combina la necesidad de límites claros y coherentes con la promoción de la autonomía y el respeto mutuo.
Los límites claros y respetuosos no limitan la libertad: la protegen. Brindan a niñas y niños la seguridad emocional necesaria para explorar el mundo, sabiendo que cuentan con una guía confiable que los sostiene en su crecimiento.
Es así que el verdadero concepto de disciplina se enfoca en la enseñanza de habilidades esenciales para la vida: autorregulación emocional, capacidad de tolerar la frustración, responsabilidad personal, empatía hacia los demás y resolución de conflictos de manera constructiva. Estas competencias no solo favorecen el bienestar individual, sino que también son fundamentales para la convivencia social.
Si comprendemos esto y asumimos el reto de cambiar nuestro paradigma de crianza y educación, basado en este enfoque, ayudaremos a nuestras hijas e hijos a desarrollar habilidades de vida de largo plazo como cooperación, autonomía, responsabilidad y capacidad para establecer relaciones sanas y vivir de manera equilibrada y satisfactoria, no desde el miedo sino desde sino desde la conexión y la confianza.
Cuando elegimos enseñar en lugar de castigar, no solo formamos mejores seres humanos: también llenamos de amor esa mochila emocional que los acompañará toda la vida.