Del bajo impacto que ha tenido el “plan” de Donald Trump para una rápida finalización de la guerra entre Rusia y Ucrania, pueden formularse dos consideraciones. Primero, el conflicto atraviesa por una nebulosa, que envuelve a actores y aliados. Segundo, este hecho coloca la situación militar cercano a un punto muerto; lo cual significa que no se observan significativos cambios en el cuadro general del conflicto. Todo ello ha llevado a un nervioso Putin a proponer un cese al fuego durante la semana santa (violado, según denuncias de Ucrania, por Moscú) y otro, ahora, para el próximo 8 de mayo. El dictador ruso aspira, con estas señales de “buena” voluntad, alcanzar acuerdos duraderos, para finalizar su “operación” militar que se le salió de control.
La dinámica de la guerra la ha conducido a un punto tal en el que, por ahora, antes que en un tratado de paz solamente puede pensarse en un cese al fuego. Este restringido objetivo expresa los efectos producidos por la dinámica misma del conflicto en estos tres años, así como las consecuencias propiamente militares. Por tanto, la pesadilla para el Kremlin, por la aventura iniciada con la invasión a Ucrania en febrero del 2022, parece no llegar a un pronto fin.
La dinámica de la guerra ha sido cambiante, con resultados relativos para cada una de las partes. Tal es así que en estos tres años se ha modificado el estado de la cuestión militar. En el primer año -como punto de partida- destaca el fracaso de la Blitzkrieg rusa y el éxito de la resistencia-contención ucraniana. Estas tendencias contradictorias no únicamente definieron la suerte de cada país, sino obligaron a éstos a readecuarse al escenario creado a partir de ellas.
El encuentro de las dos tendencias también ha provocado logros contradictorios. Así, en el segundo año, tanto Rusia como Ucrania experimentaron avances y retrocesos. El significado de esta nueva dinámica es ilustrativo del fracaso ruso, porque el Kremlin no fue capaz de reformular las matrices de su plan inicial, quebrado ya en el desarrollo de la primera fase de la confrontación. La razón parece encontrarse en la dimensión del irreal plan ruso. Al contrario, el plan ucraniano fue más consistente, debido a que estaba dado por la coherencia entre objetivos, medios y planificación.
En base a ello, la dinámica durante el tercer año muestra una situación paradójica. La nueva situación se caracteriza por su estancamiento; es decir, sin avances o retrocesos significativos de las partes. Pero este estancamiento no desmiente el fracaso ruso sino todo lo contrario; aunque tampoco afirma la victoria ucraniana. ¿Por qué? No sólo por las potencialidades iniciales desplegadas por uno y otro, sino por la coherencia (o incoherencia) inicial de cada uno. Ello explica la fortaleza generada a lo largo del tiempo, en el caso ucraniano y la debilidad en el caso ruso. De estas tendencias contradictorias resulta la estancada situación, en el conflicto.
Como especificidad, la guerra se encuentra, pues, luego de estos tres años en un punto muerto lo cual, sumado al choque de las apuntadas tendencias, restringe las perspectivas de la confrontación a soluciones temporales y no definitivas. Para esta perspectiva ha influido, claro, los objetivos de cada país, así como sus potencialidades bélicas. Y aunque la guerra es la prolongación de la política, en su desarrollo puede bloquearla. Una situación estática es precisamente la ocasión en la que la política puede verse obstruida por el grado alcanzado por la guerra.
Por otra parte, hay que considerar el efecto de la dinámica bélica sobre cada uno de ambos países. Puede decirse que Rusia (cuyo ejército era considerado el segundo más poderoso del mundo, hasta febrero del 2022) no ha potenciado significativamente su industria militar, más allá de algunos desarrollos resultado de las urgencias del momento. Ucrania, al contrario, ha logrado potenciar la suya. En ambos casos, mucho tuvo que ver el rol de la comunidad internacional y en particular el de la Organización del Tratado del Norte (OTAN). En este terreno las diferencias se han reducido en algo, acortando la brecha entre uno y otro país.
Por ello las perspectivas del conflicto se presentan con signos diferentes para cada país, aunque partan de una eventual coincidencia. Se entiende, sin embargo, que la perspectiva de un cese al fuego pueda ser el punto de encuentro y, extrañamente, también de desacuerdo. Esto quiere decir que el significado y el sentido es para Rusia uno y otro para Ucrania.
Putin cree haberse adelantado en esta partida, con los cese al fuego declarados. Sin embargo, con anterioridad al primer cese, había dado a conocer una propuesta de “solución” sencillamente inaceptable no sólo para Ucrania sino para la propia comunidad internacional. ¿Qué nos dice todo ello?
Tanto la dinámica como el desarrollo de los “componentes” de la guerra (industria militar, etc.) fueron poco favorables para Moscú y manifiestan el fracaso de los objetivos con los que inició esta aventura. Incluso objetivos parciales formulados posteriormente, como el “referéndum” en las zonas ocupadas, han producido todo lo contrario a la legitimación jurídica buscada. Frente a estos fracasos, el apremio incluso aumentó debido al bajo impacto que significó el apoyo recibido por Trump. Consiguientemente, el significado que Putin le asigna al cese al fuego no puede ser desprendido de los requerimientos, que la cadena de fracasos le generó. El dictador ruso aspira a, en una suerte de golpe de mano, transformar los fracasos en éxito político y así consolidar el derecho del más fuerte, sobre los territorios arrebatados a Ucrania; en particular Crimea.
Al contrario, para Ucrania un cese al fuego parece ser precisamente eso: un alto temporal del fuego y no la solución final del conflicto. Ello quiere decir, entre otras cosas, que el cese no podría tener necesariamente una duración indefinida. Aquí, el cese es concebido como un espacio temporal preparativo de futuros diálogos exploratorios de alternativas de solución. Son pues muchos los pasos intermedios, como para equiparar el alto al fuego a una solución del conflicto, tal cual busca Putin. De hecho, la disparidad entre el significado que unos y otros asignan a un posible alto al fuego plantea, a su vez, varios problemas a resolver previamente.
En resumen; el cese al fuego tiene significados y sentidos diferentes para cada uno. Estas diferencias abarcan todos los campos (político, militar, económico) y se encuentran en función de los objetivos formulados, en primer término, al inicio del conflicto; en segundo término, en función de los objetivos intermedios surgidos del desarrollo de la guerra y en tercer término, del estado actual de la cuestión.
Por otra parte, hay que recordar que el cese al fuego no es un objetivo sino un medio para que las partes generen las condiciones orientadas hacia probables negociones de paz, en el futuro. Que en el periodo que antecede a un posible acuerdo del alto al fuego tenga mucha importancia la coherencia y fortaleza en política internacional, así como en el propio ámbito militar, es señal que las condiciones bajo las que se asistirá al reto, para permitir canalizar la dinámica hacia conversaciones más consistentes, son escabrosas. En este sentido Rusia parece encontrarse debilitada; más aún luego del acuerdo reciente, entre su imprevisible nuevo aliado (Trump) y Ucrania, para la explotación de minerales raros, situados en territorio ucraniano.