En estos tiempos de cambios sociales tan intrincados, como los que vivimos en México, en donde la disputa por el poder político se debate desde las instituciones del Estado, y no en las calles; en donde se revive la noción del «Soberano» por encima del cuerpo social y que echa mano de nociones de «Democracia» y «Pueblo» de forma indistinta, resulta necesario revisar el papel de los jóvenes, ya no solamente enmarcada en la deliberación del proyecto de nación, que hoy quiere vencer cualquier inercia del «pasado», sino también de la constitución misma de la Iglesia a la que pertenece casi el 77% de la población mexicana, y en la que buena parte de sus jóvenes están implicados.
No es menor la consigna que lanzó el papa Francisco a propósito de la sinodalidad de la Iglesia; un mandato que va más allá de una simple crítica o análisis interno de nuestra situación eclesial sino que responde a la necesidad legítima de renovar la Iglesia mediante un diálogo entre las Iglesias locales, obispos y fieles laicos; en la que la Iglesia busca ser más inclusiva y abierta a la participación activa de todos sus miembros, especialmente de las y los jóvenes y de aquellos que viven en las periferias sociales.
El Sínodo de los Obispos de 2018, centrado en las juventudes, destacó la importancia de caminar junto a las y los jóvenes en su proceso de crecimiento espiritual. A través del relato de los discípulos de Emaús, el trabajo hizo énfasis en la necesidad de la Iglesia de acompañar a los jóvenes, escuchando sus inquietudes y reconociendo su papel decisivo dentro de la comunidad eclesial. Y señaló tres áreas clave: la juventud como un don, el misterio de la vocación y la misión de acompañar.
En un país como México, donde más del 40% de los jóvenes ha sido afectado directa o indirectamente por la violencia, ya sea por la muerte o desaparición de familiares o amigos, o por el impacto emocional y psicológico de vivir en entornos de alto riesgo, como lo advierte la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE, 2022), los testimonios de las juventudes ignacianas ofrecen una visión de esperanza y acción desde la fe, pues no solamente enfrentan la realidad con preguntas, sino que éstas los movilizan hacia la búsqueda de justicia y dignidad, mostrando que la fe es una fuerza transformadora en sus vidas.