La informalidad, locución dominante para designar todas las actividades económicas realizadas por trabajadores y unidades económicas que no están cubiertas –en la legislación o en la práctica- por acuerdos formales, ha sido objeto de amplios debates durante las últimas décadas.
Los debates han girado, por ejemplo, en torno a la problemática de su medición, a sus causas u orígenes, a las características de sus actores, entre muchos otros; sin embargo, en este artículo se hará referencia solamente a los debates en torno a su heterogeneidad y a su articulación con la denominada “economía formal”. Para comprender mejor esos elementos se analizarán las condiciones laborales de los recolectores informales de residuos sólidos, así como el papel, quienes desempeñan una articulación formal-informal de la economía.
A manera de breve introducción cabe preguntarse ¿por qué es importante hablar de informalidad? La respuesta contempla al menos dos dimensiones, una de carácter coyuntural y otra de larga data. Coyuntural, o en respuesta al momento actual, en tanto que la pandemia de Covid-19 y las subsecuentes crisis que produjo a nivel socioeconómico han afectado especialmente a ciertos subsectores de la economía informal, y de larga data porque desde hace varias décadas gran parte de la fuerza laboral -que participa de forma significativa en la economía- puede ser considerada “informal”.
Alrededor del 54% de la población en América Latina y el Caribe se encuentra empleada en el sector informal. En Bolivia, de acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo (OIT), existe casi 85% de informalidad laboral en el país –sobre la base de los datos del INE-. Tómese en cuenta, sin embargo, que siempre es complejo dar datos acerca de la informalidad, debido a que los porcentajes fluctúan de acuerdo a las variables utilizadas para medir el tamaño del sector.
La informalidad –que aglutina nociones como empleo informal, sector informal y economía informal- es un concepto descriptivo que se refiere a ocupaciones muy diversas, no reguladas por acuerdos formales, que pueden encontrarse dentro de dos grandes categorías: empleo independiente informal –por ejemplo, empleadores de empresas informales o trabajadores autoempleados- y empleo asalariado informal –por ejemplo, trabajadoras del hogar remuneradas- (Chen, 2012).