Las mamitas abadesas nos transportan hasta San Ignacio de Mojos, pueblo situado en el Departamento del Beni, en plena Amazonía boliviana. Un territorio con particularidades biogeográficas y culturales que son la base de una hermosa cosmovisión.
Los pobladores de San Ignacio de Mojos remontan sus orígenes a los Arawak, una cultura de expertos navegantes y eximios ingenieros hidráulicos que otrora construyeron lagunas artificiales, camellones, terraplenes, canales de navegación, entre otros. Obras colosales que, a la llegada de los primeros misioneros jesuitas al vasto territorio del Gran Mojos, constituían sólo vestigios arqueológicos y cuyas causas del colapso de tan floreciente cultural aún se desconoce.
Reducciones jesuíticas de Mojos
El primer Pueblo Misional fue Nuestra Señora de Loreto, fundado en 1682. Luego Santísima Trinidad, en 1687, San Ignacio de Mojos, en 1689 y muchos otros pueblos más. Con el establecimiento de Pueblos Misionales se introdujeron nuevas estructuras organizativas en el modo de vida de los pobladores del Gran Mojos, porque de poblaciones dispersas, pasaron a pueblos organizados en torno a una gran plaza, circundada por los edificios más importantes: el Templo, la casa de los padres o colegio, los talleres, la casa para viudas, el hospital, las cuatro capillas en las esquinas de la plaza y las viviendas comunes.
En los Pueblos Msionales se construyeron ingenios azucareros, talleres de pintura, de tejidos, de tallado, de herrería, de talabartería, etc. Técnicas que llegaron a alcanzar altos grados de perfección y que fueron transmitidas a las futuras generaciones. También se dedicaron a la cría de grandes hatos de ganado y cultivaron grandes campos, habiendo hecho posible con ello el bien universal del trabajo y la economía solidaria. Porque en los Pueblos Misionales nadie pasaba hambre ni miseria.
La vida religiosa en los Pueblos Misionales transcurría entre grandes celebraciones litúrgicas, novenas, procesiones, etc. Todo acompañado de un hermoso despliegue musical que integraba instrumentos traídos por los misioneros con instrumentos de los indígenas como los bajones, flautas de canilla de bato, entre otros.
Ligada a la actividad musical y a cargo del “maestro de capilla” estaba la escuela para los niños y el taller de fabricación de instrumentos musicales (violines, violones, órganos, monocordios, salterios, chirimías, oboes y algunos más). A su vez, la catequesis integraba distintas formas de expresión audiovisual: imágenes en pintura y escultura, teatro, poemas y cantos que integraban lo propio de las tradiciones autóctonas con el Evangelio.
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