¿Se puede todavía escribir novelas de amor? La pregunta es una provocación, como las que siguen. ¿Qué es el amor? ¿Existe todavía el amor? La respuesta a las tres interrogaciones sería compleja. De Shakespeare a García Márquez, de Ortega y Gasset a Erich Fromm, de Barthes a Baumann o de Paulo Coelho a Corín Tellado: sí, el amor puede ser formulado, recreado, definido y estudiado de muchas maneras, porque existe indudablemente eso que llamamos “sentimientos”, ya sea como mariposas en el pecho o como un cóctel de químicos que produce el organismo de los mamíferos.
Aunque la palabra “amor” haya sido siempre bastante manoseada y haya perdido mucho de su brillo en la narrativa contemporánea, no cabe duda de que sigue vigente como tema, porque no hay tema malo para la literatura, sino maneras de desarrollarlo. En otras palabras: ¿qué culpa tiene el amor, cuando los culpables son los escritores? De todas maneras, es cierto que abordar el amor en la narrativa suele ser un riesgo para el escritor y para el lector exigentes. En mi caso, la experiencia del aburrimiento me ha quedado marcada en obras tan celebradas como El amor en los tiempos del cólera de García Márquez o La insoportable levedad del ser, de Kundera. Me declaro culpable de tedio en ambos casos.
Por ello, no parece mala idea tejer el amor con otro tema que enciende pasiones y produce ingentes descargas de adrenalina: el fútbol. De ese modo, la trama se equilibra y el lector tiene dos hilos narrativos para alternar durante su indagación. Esa es la propuesta de Gonzalo Lema en su octava novela, Si tú encuentras a Mari Jó (2007) cuya segunda edición (La Hoguera, 2024) ha llegado a mis manos gracias a la generosidad de su autor. Quizás no hubiera sido mi primera elección si tuviera frente a mí todas las obras del progenitor del detective cochabambino Santiago Blanco, pero al mismo tiempo mi eclecticismo azaroso suele imponerse.
Mi conocimiento del fútbol es tan limitado, que se reduce a haber jugado en la secundaria como delantero en el equipo del colegio, y haber asistido no más de cuatro o cinco veces en mi vida a un estadio, la más emblemática de ellas, al partido entre Bolivia y Argentina en el Campeonato Sudamericano de 1963, el 28 de marzo de ese año, en el estadio Hernando Siles. Hace unos años, instigado por Ricardo Bajo, perpetré dos cuentos sobre fútbol (“Descenso” en 2012 y “Tiro fallido” en 2014), escritos a cuatro manos con Carlos D. Mesa (que sí sabe de fútbol, y mucho).
La cantidad de libros de cuentos y novelas de Gonzalo Lema me hace pensar si duerme de vez en cuando, o si ha encontrado la fórmula para escribir de dormido, ya que desde 1981 (cuando tenía apenas 22 años), ha publicado no menos de 10 libros de cuentos y 16 novelas, lo que lo convierte en el narrador boliviano más prolífico de los últimos 50 años.
De entrada, en Si tú encuentras a Mari Jó está rayada la cancha, y esto no es una metáfora. El subtítulo es “Novela de fútbol y amor”, por si quedara alguna duda. Está rayada la cancha donde se juega el fútbol y la Cancha (el gran mercado urbano) donde se indaga sobre el amor. Afortunadamente ambas coexisten en Cochabamba, de modo que no hay que inventar más de la cuenta. Quizás la historia que narra esté también basada en personajes y hechos reales, pero eso no me importa, porque una obra narrativa tiene que sostenerse sola, sin apelar a anclajes históricos, aunque es imposible abstraerse a los dos filósofos que cita al comenzar la primera y la segunda parte de la novela: Menotti y Bilardo (mi cultura general me alcanza para entender ese dato).
La historia se remonta a 1971, 1972 y 1973, según indican fechas en las primeras páginas (aunque luego esa manera de establecer la cronología se disipa y no vuelve a aparecer). Los personajes principales son Crisóstomo Martínez (el “Granuja”, joven jugador de fútbol que emerge de una barriada de la ciudad), y la escultural y sofisticada María Josefa (una mujer argentina que es la esposa del dueño de Jorge Wilstermann, el principal equipo de fútbol de Cochabamba). Entre el Granuja y Mari Jo se teje a lo largo de la novela una relación tan tormentosa como improbable, marcada por un símbolo que atraviesa la historia como hilo conductor y como nexo entre los dos mundos de los protagonistas: un Peugeot modelo 71 (es decir, último modelo), cuyo ronquido borra fronteras cuando es necesario, de principio a fin de la historia. Es como un transbordador, un túnel del tiempo que atraviesa dos dimensiones.
No es spoiler dar algunos datos para ubicar al lector, primero porque la novela se publicó hace muchos años, y segundo porque no voy a contar el final. Basta saber que una noche de 1971 el vehículo que ruge como un animal llega inopinadamente a la barriada del cerro, donde está reunida la banda de díscolos de la que forma parte el Granuja, esperando realizar alguna fechoría porque sí, porque eso los hace más machos, más vengativos y más unidos. Del lujoso vehículo emergen y se posan sobre el empedrado “unas piernas largas, cubiertas con trasparentes medias de nylon con costura (…) y “tacones punta alfiler”. La descripción sigue en ese mismo registro: “graciosa cabeza rubia”, “cuerpo escultural, forrado con traje negro de fiesta”, “delicada mano blanca, con violentas uñas largas y rojas”, “bellos ojos verdes”, etc. El lector queda por unos minutos desconcertado frente a esa descripción de novela rosa, pero lo siguiente lo trae a una realidad cruda que aviva el deseo de seguir leyendo el relato: una violación grupal de manada, tan violenta como pueda el lector imaginarse, ya que la descripción misma no es morbosa.
No bien se adentra el lector en el relato, se da cuenta de que el narrador está jugando con él como pelota de trapo, sembrando a propósito textos que parecen escritos por dos manos enemigas, una folletinesca y otra con conciencia social. ¿Qué pretende con ese tejido de textos tan disímiles? Por una parte, construir el personaje del Granuja: “por más fechorías que hubiera realizado en su corta vida, albergaba en su pecho un corazón inmenso de niño bueno”, y por otra, establecer que ni el amor ni el fútbol son cosa para débiles.
No debe ser casual (y si lo es, mejor), que el personaje del joven futbolista se llame Crisóstomo Martínez, como aquel anatomista y grabador español (1638-1694) que dibujó los músculos del cuerpo humano con asombroso detalle. La constitución física del Granuja tiene mucho que ver con el fulminante amor que nace entre él y Mari Jo. Es más comprensible la atracción que puede ejercer ella sobre el joven del barrio marginal que se dedica a robar bicicletas y que no tiene ninguna perspectiva de futuro, que la que él puede despertar en la rubia despampanante y financieramente solvente. Pero “el amor”, como quiera que eso se coma, se presenta a veces de manera caprichosa y lo importante es que, en el marco de la narración, sea verosímil. ¿Lo es?
El Granuja es detectado “casualmente” como potencial zaguero central de Wilstermann, lo que por una parte recompone su estatus social, lo hace viajar, tener admiradores, aparecer en los diarios, etc., y por otra lo mantiene en una situación de riesgo permanente por su relación con la mujer del dueño del equipo de fútbol. En algún momento, tendrá que escoger entre ambos, aunque en realidad, son los otros personajes que escogen por él, devolviéndolo a la marginalidad, “a donde corresponde” dirían los que nunca lo quisieron.
Para el lector que no tiene clara la cronología de los partidos cruciales que le toca jugar al Granuja con San Lorenzo y River Plate, puede haber alguna confusión de fechas (que dejaron de aparecer), pero eso es irrelevante. Lo que importa es la progresión dramática, incluso la de los propios partidos narrados como si los estuviéramos escuchando en la radio. En la narrativa interesa sobre todo cómo se cuentan las cosas, y no solamente qué es lo que se cuenta.
En ese sentido, el protagonista de esta historia es creíble, está hecho de una fibra que no solamente marca su pasado sino su futuro. Aunque sean tan favorables las condiciones en las que de pronto se encuentra en apenas unos meses de fama futbolística, su yo interno es autodestructivo e inseguro, y mientras menos seguro se siente más se dispara en el pecho y más se hunde en su propia debacle. Es como si el peso de la pobreza lo arrastrara de nuevo a un ámbito de sombra del que no puede salir. Lo que le dice su madre es digno de la sabiduría de los personajes de García Márquez: “¡No sabes cuidar nada! ¡Ni siquiera lo que no tienes!” El Granuja no sabe que su madre sabe tanto, a pesar de ser una sencilla lavandera de ropa ajena. La vida le ha enseñado a la madre a hacerse preguntas: “Nunca encontró explicación alguna sobre la conducta de la rubia. Su naturaleza femenina le bloqueaba las posibles respuestas ante las puntuales preguntas que surgían de la simple contemplación de la realidad: ¿Cómo se entendía semejante dispareja? ¿Qué recompensa vio ella en él? ¿Cuál era el secreto de su hijo?”
Mientras la madre y Soledad (hermoso personaje, tan fuerte dentro de su aparente fragilidad) son un cable a tierra para Crisóstomo, los otros son ficticios incluso para una novela. Por ello la elección de vida que se plantea el protagonista es también una elección entre una vida de ficción y una vida real. De alguna manera, al no poder resolver el dilema, es el autor de la novela, narrador omnipotente, el que lo hace en las páginas finales.
En la literatura como en el cine, la verosimilitud es esencial: lo que leemos o vemos tiene que ser creíble dentro de los parámetros que se plantea una obra literaria o cinematográfica. Aún la temática más delirante tiene que desarrollarse en un marco de credibilidad o verosimilitud. La situación más corriente o la más descabellada, debe ser verificable en el marco de su propia realidad ficticia, es decir, en el universo acotado de la propia obra. Umberto Eco hace al respecto una reflexión interesante: podemos debatir si Jesús hizo milagros, pero nadie pone en duda que Clark Kent es Superman.
De ahí que una vez declarado el (aparente) amor apasionado entre Mari Jo y el Granuja, el lector (como también la madre del protagonista) queda en espera de que eso sea verificado en los mecanismos internos de la novela y no quede como una apuesta del narrador omnipresente que decide el destino de sus personajes. Si María Josefa se enamora de “un muchacho construido con el suave material de los cristales, o una gota de lluvia colgada de un alero, un corazón tierno como el de los tibios gorriones”, eso tendría que ser verosímil en el relato. Esa declaración de júbilo amoroso llega todavía sin pruebas fehacientes. ¿Qué une a ambos personajes en tan poco tiempo de conocerse? Estamos en una nebulosa que bien podría ser un sueño del Granuja (en cuyo caso sería absolutamente verosímil). Hay entre ambos personajes un hecho que debería hacer “ruido”, por decir lo menos: la violación grupal de Mari Jo. Sin embargo, cuando ambos abordan el tema, lo despachan en dos líneas, como un trámite administrativo incómodo. ¿Puede no haber cicatrices o puede el amor superar un hecho tan violento? ¿Se le van de las manos? ¿Guarda una sorpresa escondida en la manga? ¿Duda el autor de los personajes de su propia creación? Como resguardo, interviene de vez en cuando desde arriba, como un titiritero: “Nada esencial sabían, en realidad, uno del otro. Abrazados, confundidos en una sola persona como todas las parejas de enamorados, fueron siempre dos. Pero eran dos sin tener la conciencia de serlo, y eso facilitaba tanto… La muchacha creía saber quién era su humilde amado y, en rigor, ignoraba todo. Él, igual”.
A veces el lector (que soy yo), retrocede las páginas pensando que pasó algo por alto, algún hecho que se deslizó sin preparación y sin anestesia, y que puede cambiar el rumbo de la historia. Por ejemplo, la relación entre el Granuja y Soledad, que se descuelga (como ella), por la ventana sorprendiendo no sólo al Granuja, sino a los lectores que no han entendido muy bien hasta ahora por qué el futbolista convertido de pronto en personaje famoso, decide quedarse en su humilde vivienda en el cerro. ¿Cómo y por qué acepta el Granuja esta relación cuando se supone que está profundamente enamorado de Mari Jo? Nuevamente, el tema de la verosimilitud: el protagonista es un misterio no sólo para los lectores, sino para el propio narrador que en otro momento interviene para afirmar que la relación “estaba construida sobre mentiras muy sólidas”. El autor de los días de los principales personajes (Crisóstomo, María Josefa, Soledad), no corta los hilos, no les deja la posibilidad de vivir en libertad, de ahí que sus acciones son inexplicables. Incluso si el Granuja estuviera inspirado en un personaje de la vida real, en un futbolista que existió, el lector tiene el derecho de dudar. Al hablar de la creación narrativa Umberto Eco plantea que, a diferencia de un ensayo científico, en la novela el autor está inerme y no puede defenderse de las interpretaciones que hagan sus lectores.
Sin embargo, el autor puede defenderse por adelantado dentro de la misma novela, aunque su intervención como demiurgo no sea convincente. Esto sucede en una larga disquisición sobre las diferencias entre el amor de una mujer y de un hombre, y la profundidad de los sentimientos en las mujeres y la superficialidad en la expresión del sentimiento de los hombres. Convengamos que es una generalización, pero, ¿quién habla? Ese texto se descuelga a media novela (p.133-136), empieza con “Curioso que una mujer no esté segura de lo que afirma en materia amorosa”, y termina con “¿Creen los hombres en el destino?”. Son menos de tres páginas donde el autor de la novela se convierte en árbitro para descargar lo que piensa sobre la situación planteada: “Las mujeres no ‘dejan’: abandonan”, y otras en la misma línea. ¿Qué significa esa intervención en el relato y por qué esas reflexiones no pueden ser atribuidas a ninguno de los personajes o a sucesivos intercambios entre ellos? Es parte de una vieja discusión en la narrativa sobre el control que ejerce el autor omnipresente.
No todo gira en torno del amor. El fútbol es el otro eje que apasiona al autor, de modo que las descripciones de los partidos son absolutamente verosímiles. Aunque el lector no sepa de fútbol, disfruta los relatos sobre la cancha, no sólo vistos desde el público o desde la cabina de los que narran el partido, sino desde la misma grama, desde los roces y codazos entre los jugadores, las faltas que cometen y las cosas que se dicen en voz baja al cruzarse. Eso otorga una calidad de intimidad sabrosa a la descripción del partido entre Wilstermann y The Strongest, incluyendo la anécdota (real o inventada, pero verosímil), del fotógrafo que ingresa a la cancha justo a tiempo para frustrar un gol, dejando desconcertados a jugadores, espectadores y lectores por igual. Se trata de un relato magistral.
No importa lo que uno pueda contar como lector sino la forma en que lo cuenta el autor. De eso se trata la literatura, por eso no hay spoilers posibles sobre las grandes obras como Rayuela o Cien años de soledad. Así conozcamos todos los detalles de la historia, nada remplaza el placer de su lectura.
Digamos entonces que Si tú encuentras a Mari Jo no termina bien para ninguno de los personajes principales. Crisóstomo entra en un ciclo depresivo autodestructivo, como un adolescente que no sabe lo que quiere y tira a la basura por pura melancolía las oportunidades que se le presentan: falta a los entrenamientos y partidos, se emborracha una y otra vez, y en general se empeña en arruinarlo todo. María Josefa parece superarlo todo, es de esas mujeres que cada cierto tiempo inicia un nuevo ciclo de pasiones y luego lo abandona. Y Soledad se va a Australia de sopetón (algo poco verosímil en el contexto de la obra) con un pedazo del Granuja.
Esta una novela que parece escapar a la regularidad narrativa de otras obras de Gonzalo Lema. Muchas cosas suceden que pueden pasar desapercibidas para un lector que vuelca las páginas demasiado rápido. El relato exige un lector cuidadoso y lento (como yo), porque, aunque hay descripciones de momentos y de sentimientos que se reiteran en varios lugares del texto, hay otras que se dicen una sola vez y en una sola línea, como si no fueran importantes en el desarrollo del relato y sin embargo lo son.
Y todo termina donde empieza, en la Cancha…