Hace años escribí un artículo para el Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS), denominado: “Jóvenes en Los Andes”. En éste describo y analizo la participación política de los jóvenes aymaras en las comunidades rurales, es decir sobre los jóvenes que retornaron a sus comunidades a ejercer cargos de autoridad. Ahora, en el presente artículo me toca analizar, a partir de nuevas experiencias y casos, al otro grupo de jóvenes que no retorna a la comunidad, sino que prefiere hacer la práctica política sindical y partidaria en la ciudad o urbe, en el espacio donde llegaron hace años en busca de mejores condiciones de vida. En la ciudad la juventud aymara entenderá a partir de sus experiencias y vivencias el “ser joven” y el “ser aymara”, una situación distinta a la juventud aymara de las comunidades.
La identidad aymara, entre negación y afirmación, y el servicio en el ayllu urbano.
Los jóvenes aymaras migraron hacia la ciudad de El Alto y La Paz en busca de mejores condiciones de vida. El objetivo de ellos fue superar las condiciones socioeconómicas precarias que vivieron sus padres, no quisieron repetir la misma historia de pobreza, exclusión y racismo de sus progenitores. Hay una frase que hasta ahora continúan manejando los migrantes jóvenes aymaras: “tengo que ser algo en la vida”. Esto significa acceder a una buena educación, mejorar sus condiciones económicas, adoptar prácticas culturales que signifiquen progreso para su familia y comunidad.
Los jóvenes aymaras llegaron a los barrios/villas/zonas de ambas ciudades con sueños y visiones de superación, asimismo cargados de su cultura y cosmovisión, como el idioma aymara, gustos musicales, prácticas comunales, etc. Cuando se establecieron en la ciudad se encontraron con prácticas culturales desconocidas y en algunos casos ajenos a ellos. El primer espacio distinto fue la escuela urbana, el colegio y, posteriormente, la universidad y otros espacios sociales urbanos diferentes a los de su procedencia.
La escuela en las décadas de 1990 y parte de 2000 fue la institución estatal encargada de deformar y aniquilar la cultura aymara. Aquí es donde el joven aymara experimenta los primeros intentos de negación de su cultura y la adopción de la cultura dominante. Por ejemplo, en la escuela del barrio/villa/zona los profesores no enseñaban en aymara, este idioma fue tomado como lengua de los “indígenas” que tenía que ser erradicado. Solo durante el “gobierno indígena” de Evo Morales y la aprobación de la Ley Avelino Siñani-Elizardo Pérez se rescata el idioma aymara y ahora es una materia en la malla curricular.
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