A modo de antecedentes: autosuficiencia y economía mesurada
A la amable solicitud de escribir este artículo, que no podría hacerlo de otra forma más que desde la propia experiencia de vida, voy a relatar mi vida en un pueblo indígena como lo recuerdo.
Yo crecí en San José de Uchupiamonas, un pueblo indígena totalmente aislado. Los centros urbanos, que eran San Buenaventura y Rurrenabaque, eran accesibles solamente por río, el río Tuichi. La bajada directa tomaba dos o tres días, pero las actividades que hacíamos en el trayecto como detenernos a cazar para llegar con algo de carne, frecuentemente extendían nuestros viajes hasta cinco días. En nuestros viajes a San Buenaventura llevábamos víveres como arroz, maíz y café para vender, y así obtener algo de dinero para comprar otros productos de necesidad.
El acceso caminero de San Buenaventura a Tumupasa, la población indígena Tacana más próxima a San José, se concluyó recién en la segunda mitad de los años ’80. Por lo que a mediados de los ‘70 el retorno a San José de Uchupiamonas desde San Buenaventura, a través de Tumupasa, nos tomaba aproximadamente cuatro días y medio a pie. Con nosotros cargando todas las necesidades compradas y obtenidas en nuestro viaje al centro urbano.
¿A qué íbamos al centro urbano San Buenaventura? Los productos que íbamos a traer en ese tiempo eran kerosene, jabón, sal, y -como la llamaban- “la tela para costurar la ropa”, que era el corte para hacer ropa. Asimismo, municiones y pólvora, ese tipo de cosas para cazar, lineadas y ganchos para pescar, que se requerían para sostener la vida. Eso era todo cuanto yo escuchaba eran las necesidades básicas nuestras.
Lo que igualmente recuerdo de esa etapa, sabiendo que eso era lo que salíamos a comprar, es que teníamos en el pueblo una variada disposición de alimentos básicos para la alimentación. Nuestros padres y abuelos tenían una economía mesurada. La dieta estaba basada en productos que nosotros sembrábamos para tener comida todo el año, sembrados según la estación y la época del año. Siempre observando los ciclos lunares, los fenómenos solares, aplicando conocimientos ancestrales, “secretos” y oficiando rituales para la siembra de cada uno de nuestros productos para un óptimo rendimiento.
En nuestro chaco, en Jatun Rumi -un punto en el río Tuichi-, mi papá-abuelo José Cuqui además de los productos esenciales como el arroz, maíz, plátano y yuca, también sembraba diferentes variedades de productos como palta, piña, lima, diferentes variedades de walusas, maya, bananas - como el enano, isla, cutu cutu, ipidi, etc. Otras familias también tenían otras variedades de bananas como el “mata borracho” y tenían otros productos como el jajiro, camote, chuqui oca, etc.
En mi pueblo crecían y crecen muchos cítricos, como naranja, mandarina, toronja, limón real o cidra, además de guayaba, tarumá, mango, etc. Consumíamos muy poco de aceites o grasas, ambos de origen animal y vegetal, incluyendo el aceite que extraíamos de la chima. En la huerta teníamos algunos vegetales y especies como el ají dulce, cebolla verde, aribibí, urucú, hierba buena y pepinos. Recuerdo que detrás de nuestra cocina había una planta de ají, y cuando mi mamá o mi tía cocinaban, no tenían más que sacar la mano por la ventana para conseguir el ají.
Algunos productos como el mani y frijoles eran sembrados en las mismas playas del río Tuichi o el río Pavi, ya que nuestro conocimiento sustentaba que se producían mejor ahí. Estos conocimientos también se extendían a la extracción de alimentos silvestres de nuestros bosques; el palmito, la chicharrilla, hongos como el ninricho o wallpapecho que llamábamos así por su color blanco, la chima, el asaí, el majo, el nui, camururu, achachairu, tres tapas, yuwa, cacao silvestre, motacú, paquío, manzanas blancas del monte y muchos otros tipos de frutas que recuerdo eran increíbles manjares, unos sabores inigualables.
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