El virus o cómo desnudar nuestros vicios por otros medios

Foto Carlos Sanchez - Pagina 7
Foto Carlos Sanchez - Pagina 7

La visita del coronavirus y de otros temores 

A comienzos de este año, Bolivia sufría aún la resaca producida por los intensos momentos políticos de noviembre de 2019, cuando luego de la publicación del informe de la OEA (respaldado por la Unión Europea) -que concluía que había habido “manipulación dolosa y parcialidad de la autoridad electoral” en las elecciones presidenciales del 20 de octubre (https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50666779)-, Evo Morales renunciaba a la presidencia del Estado y salía al Chapare a refugiarse (para luego partir a la ciudad que alguna vez fue Tenochtitlán). 

Soportábamos un ch’aki que no venía del disfrute de un buen licor, sino de la ingesta de una bebida adulterada que provocó fiebres, agresividad y un pánico confundible con la paranoia. 

La sociedad boliviana, que había soportado varios episodios de indisposición, terminó por descomponerse y expulsar de su interior lo que suponía era la causa del dolor, creyendo que con ello quedaría sana y su organismo en armonía. Y no ha sido así. 

El país parece no tener ni siquiera un paliativo que le permita dejar de ser el “pueblo enfermo” del que hablaba Alcides Arguedas (a quien Guillermo Francovich sacó del fango diciendo de él que había sido, en el fondo, un moralista que intentaba exteriorizar la protesta de su espíritu angustiado por el espectáculo que le ofrecía la vida nacional).

Bolivia había subestimado sus dolencias y, las fracturas que pudieron curarse con un yeso hace un siglo, terminaron demandando placas de titanio. 

Y cuando aún padecíamos los resabios de algún malestar, salido de esos días, y sin haber terminado de limpiar los restos de esa fiesta con apariencia de funeral, llegó la amenaza, que luego se hizo efectiva, de que el (lo uso en masculino para furia de la RAE y el feminismo) Covid-19 (acrónimo del inglés coronavirus disease 2019), causado por el virus SARS-CoV-2, llegaría a Bolivia en días. 

Así fue, el 10 de marzo, el ex ministro de Salud Aníbal Cruz confirmaba los dos primeros casos del nuevo virus https:// www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-51829030, que llegaban de la mano de dos mujeres desde Bérgamo, entonces uno de los focos de infección en Europa. 

Como las paradojas también pueden ser tristes, cinco meses después la ciudad de El Alto le devolvería a Bérgamo a uno de sus hijos, Monseñor Eugenio Scarpellini, que había llegado a Bolivia 30 años antes y que falleció por culpa de ese virus que parece haber venido a recogerlo. 

Horas antes del 26 de marzo, la presidenta Jeanine Áñez anunciaba frente a un inmenso público aún descreído, el estado de emergencia sanitaria, el cierre de fronteras, y la cuarentena en el país. https://youtu.be/0e8sJ_4pnIA 

El coronavirus -malintencionado como lo conocemos- había llegado a revivir una zozobra como la que gran parte de la población boliviana sintió a fines del año pasado. Aunque con ciertas distinciones.

Esta intranquilidad, que también tiene que ver con el miedo a la muerte, no supone un temor inmediato. Como ese pavor sentido la noche del 10 de noviembre, cuando pensamos que, como en algún cuento de Allan Poe, nuestros órganos le serían entregados a Evo como recompensa por la derrota que lo hizo abandonar el país que había sido suyo por 14 años. 

Este temor, el de ahora, el que entró junto con el virus por una puerta del aeropuerto Viru Viru, parece menos intenso, pero a cambio es de largo plazo. Es un miedo diferido que, eso sí, va en aumento con cada muerto, y más si ese muerto es una persona joven. Pero ese miedo no es el mismo para todos. Los hay irreflexivos, osados, angustiosos y los que no están para introspección alguna y deben salir de sus casas intentando, paradójicamente, sobrevivir.

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ALIPAZ, Ruth
ALIPAZ, Ruth