La clausura del año escolar en 2020 y los desafíos de la educación virtual
Dedicado a los cien años del nacimiento del gran maestro e insigne educador latinoamericano/brasileño: Paulo Freire
Si bien es recomendable escribir sobre temas coyunturales, como pueden ser las elecciones subnacionales y/o las detenciones arbitrarias de los miembros del Gobierno transitorio; considero que hay cuestiones fundamentales para la sociedad, como las políticas educativas, que -a pesar del tiempo transcurrido- no pueden, ni deben ser soslayados; menos aún si éstas no han sido suficientemente debatidas tanto en sus causalidades como -principalmente- en sus consecuencias nacionales y culturales.
Uno de estos temas primordiales para la sociedad, escasamente deliberados, menos consensuados y al parecer poco o nada preocupantes, es precisamente el tema de la clausura del año escolar, que ha ocurrido el año pasado en el contexto de un periodo ciertamente preocupante, principalmente por la emergencia sanitaria del nuevo coronavirus (Covid-19) y, más aún, en nuestro país, por la deficiente e insuficiente gestión pública de la educación.
La clausura del año escolar es pues penosa, desde cualquier punto de vista social e incluso político, no solamente porque no lo ha hecho ningún otro país vecino (ninguno ha recurrido a la clausura), sino también porque -reiteramos- tampoco ha sido deliberado en el seno de la sociedad.
Y en este artejo de estulticias públicas, no se ha considerado -en modo alguno- el perjuicio que se causa al proceso educativo de los/as niños/as y jóvenes y tampoco se ha reflexionado sobre el grave atentado perpetrado contra el derecho a la educación.
A develar las causas y consecuencias más espinosas de esta apurada decisión gubernamental está dedicado el presente artículo. Concentraremos nuestros esfuerzos deliberados en reflexiones críticas y, al mismo tiempo, propositivas, acerca de cómo podemos y debemos superar las actuales insu(de)ficiencias de la educación boliviana1.
“El Gobierno nos ha fregado”
El Gobierno de la presidente Añez anunció, repentinamente, el día domingo 02 de agosto del año pasado (2020) la clausura del año escolar en todas las unidades educativas públicas, privadas y de convenio.
Las argumentaciones o, mejor dicho, los enredos conceptuales en y con las que se pialaron los burócratas del Gobierno transitorio, que intentaban y/o pretendían (vanamente) explicar lo inexplicable: una clausura arbitraria e injusta, han sido bastante torpes (por decir lo menos).
Para empezar, la presidente Jeanine Añez, en un breve mensaje publicado la noche del mismo domingo 02, afirmó que la clausura del año escolar fue una decisión difícil, pero que se tomó pensando en cuidar la salud y la vida de los niños. “Lo hemos hecho por una sola razón: para cuidar la salud y cuidar la vida de nuestros niños, de nuestros jóvenes y nuestras familias” y que (en este contexto) permitir el retorno a clases presenciales habría provocado que se disparen los casos positivos de coronavirus.
A ver, intentemos ubicarnos, ya estamos a principios del mes de agosto y con clases virtuales (que las hacíamos desde el 06 de junio), es decir los profesores y estudiantes ya estábamos enseñando y aprendiendo en y desde nuestras casas y/o domicilios particulares. No aplica pues, en modo alguno, el tema del cuidado de la salud (las clases virtuales no entrañan riesgo alguno) y menos el pretexto de las clases presenciales, que ya estaban suspendidas desde el 12 de marzo (dos días después de que se detectaran los primeros casos de coronavirus en el país).
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