Ha transcurrido un año de la partida de Xavier Albó, “el Pajlita” como solíamos llamarlo cariñosamente. Y tal como sucede con esos seres sabios y queridos, trascienden la muerte, y a pesar de ya no estar físicamente con nosotros, se quedan entre nosotros.
Con exactitud no tengo el año preciso en el que lo conocí. Sin embargo, fue en la década de los noventa cuando cursaba la carrera de Sociología, en la que indefectiblemente escuché, leí y sus libros y artículos fueron referencias obligatorias, y, cara a cara, el año 1998, cuando conseguí mi primer trabajo formal, en CIPCA. Asistí a un taller que él lideraba. Ahí pude acercarme y sorprenderme del carácter que tenía, pues el humor y ocurrencias abundaban así como las anécdotas ejemplificadoras que utilizaba. Desde entonces se convirtió para mí en una referencia insoslayable. Considero que fue uno de los mejores antropólogos del país. La forma de entender Bolivia, recorriéndola de cabo a rabo, comunicándose con diferentes culturas, es la pretensión que tiene cualquier antropólogo, y Xavier la alcanzó. Y ni qué decir su versatilidad con las lenguas, la admiré. Además de saber catalán, inglés y francés, el hecho de haber aprendido varios idiomas, como el quechua, el aymara y el gwuaraní (que le posibilitaron acercarse a la gente) es encomiable.
No hay nada como conocer la lengua originaria de la gente con la que uno se interrelaciona para acceder a su cosmovisión y entender la forma en la que aprehenden el mundo. De hecho, Xavier era un especialista sociolingüístico.
La vida de Xavier Albó podría ser abordada desde varias perspectivas: como lingüista, antropólogo, inXavier Albó, a un año de su partida 15 vestigador, sacerdote, trotamundos, sin embargo, todas ellas convergen en una de las características que poseía: la curiosidad.
La curiosidad innata que lo caracterizaba fue muy bien canalizada en la investigación y fue remachada por su dedicación a la antropología y la etnografía, el método por excelencia. A Xavier en cualquier situación y lugar le brotaban en cascada muchas preguntas y tomaba nota de todo; es decir, como todo un antropólogo el diario de campo estaba a la mano. Era pues un curioso obstinado, y aquellos hallazgos eran aprovechados al máximo, pues los convertía en artículos de opinión para su columna del periódico.
En su anecdotario -como quiso llamar a su autobiografía- Un Curioso incorregible, se destaca el compromiso que Albó tenía con Bolivia. Llegado a la edad de 17 años a Bolivia, se enamoró del país, poco a poco, y luego se nacionalizó boliviano. Una vida en zigzag, desde Cataluña, la Guerra Civil y el franquismo en España, hasta el proceso de creación de autonomías indígenas en Bolivia.